¿Por qué comida? No lo sé, cuando era niña no me gustaba sentarme a la mesa. Me parecía una pérdida de tiempo. Sentía que gastábamos en la mesa tiempo valioso que podríamos estar gastando en otras cosas más importantes. Curioso porque a veces pienso, ¿qué era lo que me parecía más importante en aquel momento? Cantar, bailar, leer, no estar en la mesa. Podía quedarme horas en la mesa, sin comer, pero siempre encontraba alguna excusa para levantarme. No me gustaba comer. Odiaba casi todos los platos. Hubo un tiempo, incluso, en que me dio porque no me gustara el arroz.

El placer de sentarse ahora a la mesa es, por demás, infinito. Depende la mesa, claro. Ésta, es una de esas: Blue Pizza, Barcelona.
Y sin embargo, siempre me gustó cocinar. Desde pequeño uno empieza con algunos platos sencillos. Huevos revueltos con jamón: fácil. Sándwiches: fácil; para ir cada vez explorando nuevos horizontes. Pasta, primero planeada, luego “con lo que haya”. Los primeros retos. Hay que armar algo decente con lo que se encuentra uno en el refrigerador. Habrá días de suerte, que lo que hay está ahí justamente para que armes ese plato que ya te sabes de memoria. Habría días de mala suerte: una lata de atún y una guindilla. Beat that!