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El vestido de los mil colores

Es tanto lo que influye en que un restaurante nos guste que cuando alguno de ellos desaparece, es como si se muriera una pequeña parte de nosotros. Gracias Bread & Circuses por tanto. Extrañaremos tus bocatas de roast beef y tu vermut casero.

Es tanto lo que influye en que un restaurante nos guste que cuando alguno de ellos desaparece, es como si se muriera una pequeña parte de nosotros. Gracias Bread & Circuses por tanto. Extrañaremos tus bocatas de roast beef y tu vermut casero. *Nos avisan que las chicas simplemente cambiarán de local. Yeah!

Sí, como no quisimos quedarnos detrás, hemos decidido escribir un post acerca del vestido dorado y blanco (porque es dorado y blanco, ¿no?). En fin, como la visión, como el vestido de cada uno (negro con plateado, azuloso con naranja o cualquiera de las combinaciones que les agraden), es el espectro que busca cada quien en un restaurante. Sí, parece muy tirada de los pelos la explicación, pero es así.

Ya hemos hablado de este tema en otras entradas, pero nos gustaría ilustrarlo con un par de anécdotas, la primera es un pequeño cuento (ejercicios por los que nos estamos aventurando últimamente) y la segunda es una mini reseña de uno de los locales estrella del barrio de Sant Antoni, en Barcelona, el Bar Calders.

«Siempre se había preguntado el poco sentido que tenía una cerveza sin alcohol. Del café, ni hablar. Una cerveza refresca, pero también relaja. Como diría Arturo San Agustín, aunque él lo dice al hablar del vino, te hace ver el mundo a colores. Sin él, sin ella, todo es en blanco y negro.

Una cerveza sin alcohol es como aquel que adelanta su reloj para llegar antes al trabajo o quien masca un chicle para no fumar o quien se hace una paja para no coger (o más bien, por no poder coger…). Es naive pensar que la conversación, la refrescada y la comida ayudarán a olvidar que se ha pedido una cerveza sin alcohol. Sin duda no. La simple cara de reprobación del camarero, el acompañante o la gente de otras mesas lo haría imposible.

Ni el más laxo de memoria RAM lo olvidaría. Cada maldito sorbo será un recordatorio de la infamia, del agravio. Como lo será también cada minuto extra que «le gané al reloj». Nunca fui de las que llegó a tiempo. Ni siquiera cuando adelanté mi reloj».

Al ojo del amo engorda el caballo

Los fideos que ponen en el Calders con la bebida son lo más, sobre todo cuando te tropiezas con un cacahuate. Bar Calders es de los pocos sitios en Barcelona en donde te ponen, sin cobrarte, un pequeño detalle para comer con la bebida. Eso dice mucho de quiénes son y de cómo es que han llegado a serlo.

A mí una de las cosas que siempre me sorprende de este lugar es que siempre (en los servicios) está alguno de los dos dueños. El señor (un don muy buena onda) o su hijo (el de gafas). Eso, me disculpa todo el mundo, dice mucho y hace mucho por el sitio. Es innegable, nadie, nadie, nadie, cuidará mejor de tu negocio que tú. Nadie le tendrá tanto amor ni tanto respeto. Porque a nadie le ha costado tanto como a ti. Y eso, se nota.

El dueño de un local jamás le cerraría las puertas a nadie al diez para la hora del cierre. Jamás. A menos que sea de esos dueños yuppies que siempre lo han dado todo por sentado (porque se los han dado). El resto (la gran mayoría) tienen muy claro que los clientes son lo más importante de un restaurante. No hay de otra. Sin ellos, no eres nadie. Pregúntenle a todos esos que han ido cerrando poco a poco (jubilaciones adelantadas).

A pesar de las nuevas aperturas, Calders sigue ostentando la corona de rey absoluto de la calle Parlament. Le siguen Els Sortidors del Parlament, Vinito (hostia su página web jajaja), Cometa, Taranna (qué nombre más complicado) y la Xalada. Calders llegó, le quitó el sitio a la Federal y ya nunca se lo devolvió. Olé tú. Y no es que Calders tenga mejor producto que ninguno de los anteriores o mejor cocina. De hecho, hay algunos de sus platos que dejan mucho que desear (sus patatas chips «anachizadas» son una mierda pinchada en un palo). Tienen otros, claro está, que son bastante buenos (como sus ensaladillas rusas) y la mayoría del resto son buenos a secas.

Detalles mexicanos en el Cometa

Detalles mexicanos en el Cometa

Los desayunos del Cometa aún se salvan. Su decoración, en definitiva, es de nuestras favoritas en Barcelona. Miren qué colores.

Los desayunos del Cometa aún se salvan. Su decoración, en definitiva, es de nuestras favoritas en Barcelona. Miren qué colores.

Sin embargo, sin lugar a dudas, su dedicación por el cliente, aún en los momentos de mayor estrés, es de admirar. Y, si se compara con el resto de los locales de la calle, en eso nadie les gana. Prefiero sentarme con la espalda de otro justo al lado para beberme una Paulaner con fideos y cacahuetes aquí que soportar a las camareras hipsters del Cometa. «La máquina de jugos está desconectada. Pero si son las 8 de la tarde. Pues sí pero hay que lavarla y ya lo hemos hecho»…

Pues eso, que como el vestido, para gustos, colores.

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