Siempre he criticado a esos restaurantes chinos o japoneses que te llevan la comida cruda a la mesa y te ponen un pote caliente y te piden que tú te prepares lo que quieres comer. De un tiempo para acá no me parece tan descabellada la idea. A decir verdad, en muchos puestos de comida callejera mexicana sucede un fenómeno similar.
La taquería, puesto, garnachera, en cuestión, ofrece a los comensales un producto básico, los tacos, las flautas, la carne, la tortilla y le suma ingredientes, esos sí que varían, los cuales el cliente agrega a discresión: las salsas, extra de tortillas, queso, tocino, la hierba, las papitas pequeñas, cebollitas asadas, etc. Es decir, que, como ya lo he dicho antes, cada uno se vuelve el cocinero de su propio taco. En resumen, como en los restaurantes japoneses, los mexicanos diseñamos nuestra propia comida, cada vez, en cada mesa, plato o barandal mal colgado en el que nos dispongamos a comer. Y no hay taco igual a otro, ni en la misma mesa ni siquiera en el mismo plato.

Las salsas del Tizoncito lo hicieron el mejor y más reconocido de los sitios en donde nació el taco al pastor. Ahora, a pesar del paso del tiempo, siguen siendo uno de los número uno. A pesar de que no haya taco igual a otro, muchos prefieren crear sus propios tacos con los ingredientes base que ellos ofrecen: su salsita roja, su salsita verde, sus frijolitos picantes, etc.
Para los europeos, las opciones los abruman. Ora sí que a quién le dan pan que llore. Conque tengan pan, se las apañan. Los hay muy imaginativos, que lo destrozan a pedacitos, lo agregan a la sopa poco a poquito. Los hay que limpian el plato con cada una de sus dos mitades. Los hay que prefieren ahorrarse las opciones, como quien pide un taco solo carne y no le agrega nada, ni limón, ni nada (son los pocos).
¿Qué nos da una vida llena de opciones? Nos enseña a tomar decisiones, a correr riesgos, a no tener miedo al ridículo (¿Catsup – ketchup- al arroz, ¿en serio?). Y esa vida llena de opciones, que pocos se pueden permitir, nos empuja a una vida de posibilidades. Por eso hay mexicanos por todo el mundo. No somos de los que tienen miedo. Sí, los hay que deciden quedarse en el mismo barrio. Pero hay mucho menos gringos fuera del Gabacho y esos weyes son muchos más que nosotros. Muchos de los que se van terminan en México… Y es que, aunque los estereotipos están ahí y sea fácil utilizarlos; los clichés también, aunque dé miedo utilizarlos. Hay de todo en todos lados.
Hay días en los que dan ganas de no mover un dedo ni tomar ninguna puñetera decisión. Hay otros en los que la sola señal de un asomo de voluntad ajena crispan los nervios y hacen que más de un vello se mueva milimétricamente en sentido opuesto al deseado.
¡Qué grandes son las opciones!