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¡’Hungry heart’!

In Memoriam dedicado a Manel Marqués publicado el 23 de enero de 2017 en el diario El Mundo por Ana Luisa Islas
Manel Marqués: Fundador e impulsor de Pepa Tomate Grup, dirigía la cocina del Suquet de l’Almirall, donde entró como lavaplatos en 1988 y se hizo grande y mano derecha de Quim Marqués.

El cocinero Manel Marqués Torres (odiaba que le llamaran chef) falleció hace 11 días y con él se fue una de las cocinas más honestas de Barcelona (#cocinasinmamonadas era el hashtag que usaba en Instagram). Barcelonés de nacimiento, menorquín por la herencia de sus padres y mexicano por pasión («Yo, como Chavela Vargas, digo que los mexicanos nacemos donde nos da la chingada gana», decía a menudo). Creció pegado a los fuegos y a la barca, observando en primera fila las delicias que sus padres preparaban (ambos eran amantes de la cocina).

El uno pescaba, la otra hacia magia. El uno partía las langostas, la otra las vigilaba abiertas a las brasas. El uno hacía el sofrito, la otra cuidaba el arroz. A veces ella hacía de pinche, a veces le tocaba el turno a él. Una pareja en la vida y en los fogones, como lo fuimos nosotros.

Para él, la unión hacia la fuerza. Lo confirmó desde que nos conocimos en aquel viaje a Cádiz hace casi tres años. Fue un flechazo mutuo. Nos encontramos y nunca más nos separamos. Nos soldó nuestra franqueza, nuestra filosofía de vida (amor ante todo y ganas de comerse al mundo – en algunos casos de forma literal), pero también nos unió la gastronomía. La mesa. La cocina. El paladar. Aprendimos juntos. Como sus padres, fungimos de maestros y también de alumnos. Él, más aventajado en materia de cuchillo; yo, en materia de sabores.

Manel probaba un plato y podía replicarlo e incluso mejorarlo. Veía recetas en varios libros, las comparaba, las unía y las mejoraba, aunque fuera mexicanas, no solo porque siempre usaba los mejores productos, sino porque cocinaba con pasión, con amor, con sinceridad. Se divertía. Nos encantaba salir por ahí y probar ensaladillas rusas, tapas, tacos, sopas, bocatas, platos varios; jugábamos a adivinar los ingredientes. Aquí ganaba yo, casi siempre. Amábamos recibir gente en casa y agasajarlos con sus delicias o las mías, siempre como un equipo. Desde que nos encontramos, seriedad, la justa. Nuestra receta estrella siempre consistió en risas, bailes, comidas rodeadas de amigos, buena música, platos hermosos, tardes de complicidad, fiestas, San Juan en Ciutadella, paseos por el mar, por México, por Alemania, por París. Y lo que nos faltó.

En siete días, las publicaciones en diarios y medios han sorprendido a propios y extraños. Y no solamente porque Manel fuera discreto y no le gustara estar en los reflectores, sino porque pocos se imaginaban que fuera tan querido y conocido. Su familia está conociendo un aspecto de él que ignoraban. Yo sabía que Manel era muy querido en el mundo gastronómico barcelonés. Era habitual ir por ahí a comer y que lo saludara el chef, el maitre, el propietario o los camareros de los locales varios, desde el café de turno, hasta el de postín. Por la calle lo saludaban por igual antiguos colegas, lampistas, proveedores, clientes, familiares de amigos o ex trabajadores.

Llegar al mercado de la Boqueria era llegar a su territorio (iba cada mañana a ver el producto y a pasar revista al Paella Bar, restaurante del Grupo Pepa Tomate, que fundó). No había quien no lo conociera (y le tuviera aprecio). Vecinos, carpinteros, la señora que le alquilaba el parking, su peluquera, alcaldes y compañeros de la infancia, gente de todos los ámbitos y niveles han dado sus condolencias. Decenas de clientes han acudido al restaurante Suquet de l’Almirall, cuya cocina dirigía, para probar sus recetas y rendirle tributo antes de que su sabor se extinga del todo.

Así como él creaba sus recetas, ahora me toca a mí crear al Manel completo, sumando nuestra historia a la que tuvo con todas aquellas personas con las que se cruzó. No ha sido fácil. En una semana ha aparecido de todo, desde antiguas novias, sorpresas agradables (y no tanto), zopilotes, amistades entrañables, fotos de la infancia, y el amor inaudito de una gran familia que se coció el 15 de octubre en Cala Galdana y se terminaría de cuajar el 25 de marzo en México, cuando festejaríamos con 120 amigos y familiares de allá y acá lo que comenzó en cuanto nos sentamos en una mesa juntos por primera vez (en el restaurante Antonio de Zahara de los Atunes). La boda se convirtió en funeral.

Me toca ahora recoger, pacientemente, como él recogía sus recetas, los pedacitos de mi corazón, para poder seguir sin él. ¿Quién me salteará ahora las verduras? ¡Perdí a mi mejor pinche y a mi mejor maestro! En la vida y en la cocina. ¡Hungry Heart!, diría su ídolo Bruce Springsteen.

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Manel Marqués, cocinero, nació el 23 de diciembre de 1969 en Barcelona, ciudad en la que murió el 13 de enero de 2017. Ana Luisa Islas, esposa de Manel Marqués, es periodista. Foto de Pep Serret.

Las fotos de este artículo pertenecen a la familia Marqués Torres, a Ana Luisa Islas y al fotógrafo profesional Pep Serret. Está prohibida su reproducción.
Profundo agradecimiento a Álex Sàlmon por permitir y propiciar la publicación de este texto en El Mundo.
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Comer en la Ciudad de México

Como varios de ustedes nos piden recomendaciones de nuestra honorable Ciudad de México, «formerly known as» DF, hemos decidido escribir un post que podamos mantener al día para poder compartir la información con todos los que viajen para tierras aztecas. Incluimos además algunas sugerencias sobre qué no se deben perder.

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La comida callejera de la Ciudad de México es el origen de algunos de los mejores y más memorables restaurantes de la ciudad. Los de la foto, cerca del Metro Insurgentes.

Cabe aclarar, claro está, que hacer una lista de sitios imprescindibles en el DF es casi imposible pues hay tantos lugares, es tan vasta la ciudad y los mexicanos somos tan tragones que cada uno podrá decir los suyos y seguir teniendo la razón. Entendiendo lo anterior, esta no es, ni intenta serlo, la lista definitiva de dónde comer en el DF. Yo soy oriunda del centro-sur, de la Colonia del Valle, así que muchas de mis referencias son limítrofes de esta zona. Los chilangos somos una especie de «hobbits» que debido al tráfico intentamos salir lo menos posible de nuestra «comarca»; así que, si alguien es de Satélite, Lindavista, Coapa o Las Águilas, seguramente tendrá referencias muy distintas a las aquí enumeradas. Yo por eso siempre pregunto en dónde se quedarán, pues lo mejor es intentar buscar algo cercano al hotel o barrio en donde se hospeden, pues los traslados en la Ciudad de México pueden quitarle el apetito a cualquiera o llevarlo a límites tan insospechados que el sabor de la comida termine quedando en segundo término, con tal de meterse algo al gaznate.

En los mercados, hay uno o más por colonia (barrios), siempre existe una zona de comidas, en donde, regularmente se come muy bien (hay unos mejores que otros y hay algunos que son especialistas en ciertos platos o productos, como el de San Pedro de los Pinos o el de la Viga, en los cuales el marisco es la ley). En los mercados se puede comer a muy buen precio la típica comida callejera defeña: las garnachas (quesadillas, sopes, flautas, gorditas, huaraches, tlacoyos), los tacos y antojitos, y, claro, la comida corrida (menú de mediodía). Lo mejor es, así como en los puestos de la calle, acercarse al que más gente tiene y pedir lo que la mayoría está comiendo (garantía de éxito casi segura). Siempre hacerle caso a la nariz nos llevará por buenos caminos. Confíen en su olfato y en su vista. Si tienen dudas, pregunten, que la gente no tendrá reparo en ayudarles. Para mí, en el mercado de comida de Coyoacán, al lado de la cantina La Coyoacana, hay unas quesadillas buenísimas. El mejor puesto es el de Quesadillas Las Mejores, en el local número 14 (abajo foto). En el mercado de Portales hay unos tacos de cecina de res (seca y salada), con chorizo mexicano y chicharrón (cortezas), que están para morirse. Se llaman Los Lobos (foto abajo). En el de Anaxágoras hay unos tacos de barbacoa (cordero) deliciosos, que pueden ser dorados o suaves, en Don Pepe. En el de artesanías de Coyoacán, en la calle Xicoténcatl, no hay que dejar de probar las tostadas. En fin, que lo mejor es aventurarse y perder el miedo a los mercados, visita que además se puede aprovechar para comprar artesanías, utensilios de cocina y fruta fresca (no dejen de probar los mangos, las chirimoyas, el mamey, la guanábana, el chicozapote, la guayaba o cualquier fruta de temporada que les ofrezca el marchante).

 

Cuando yo voy a México hacemos cinco comidas al día para poder comer todo lo que nos gusta o para que Manel pruebe cosas nuevas (siempre regresamos con kilos de más y una felicidad desorbitada). No hay que dejar de probar antojitos de media tarde (o media mañana) que se venden afuera de las iglesias, hospitales, metros y colegios o en las plazas y parques, como los esquites (maíz o elote desgranado y servido en un vaso).

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Las papas de carrito son un imprescindible. Se deben pedir preparadas con todo.

Lo anterior puede ser en el DF o en las visitas a ciudades cercanas, como Tepotzotlán (al norte de la ciudad, en donde hay una iglesia barroca que vale la pena conocer) o Tepoztlán (al sur, donde hay artesanías, comida de mercado y una formación rocosa que se puede escalar sin equipo profesional). Entre comidas, además, hay que probar los licuados y jugos, los frutos secos o chuches con picante (los venden generalmente señores con una carretilla), los raspados, churros rellenos, la fruta picada con chile o chamoy (una salsa agridulce hecha con albaricoque y chile), los algodones de azúcar, las papitas y los chicharrones de maíz de carrito (siempre se ponen afuera de las escuelas), y un largo etcétera. No se corten, pues. Cuando algo huela bien o tenga buena pinta, hay que probarlo.

 

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La combinación cantinera ganadora: tequila, sangrita, cerveza y un guacamole con chicharrón.

Si quieren vivir de cerca la cultura mexicana, hay que visitar una cantina y una pulquería (en el centro hay muchas de las dos). Cantinas hay en cada barrio; en Coyoacán, La Coyoacana; cerca de Chapultepec, El Mirador (pidan el tribilín, especialidad de la casa); para probar birria (cordero en caldo, exquisito), La Polar; en la Guerrero, la U de G (La Única de Guerrero); en Garibaldi, Salón Tenampa (un clásico). En fin, hay muchísimas, es difícil recomendar algunas cuantas. En las cantinas se come y se bebe y también se escucha mariachi, tríos, sones jarochos, bandas norteñas y todo el repertorio de música popular mexicana que se les pueda imaginar, casi siempre en vivo. En las cantinas también se llora y se lleva al límite la cultura mexicana de la fiesta. Son imprescindibles.

Dicho lo anterior, aquí una lista de locales establecidos que también pueden visitar:

Comida Mexicana Típica

Nicos: Probar su guacamole, lo hacen en la mesa, y cualquiera de sus platos, cambian según la temporada. En agosto y septiembre, dicen que su Chile en Nogada es el mejor de la ciudad. El Chef Gerardo Vázquez Lugo es un gran embajador de nuestra cocina. El restaurante, ubicado en Clavería (un barrio clasemediero del norte-centro de la ciudad), acaba de entrar a la lista de los 50 Best de Latinoamérica.

El Cardenal (hay varias sucursales): Probar sus chiles rellenos, cualquiera de sus moles, fideo seco, cualquier sopa (son delis). En fin, lo que sea, todo es bueno. También tienen desayunos típicos mexicanos, que son deliciosos. Qué pedir depende del gusto de cada uno, pues hay muchos platos exquisitos (yo soy fan de los huevos rancheros). Hay que probar su pan dulce, como las conchas -a petición, las hacen rellenas de nata- o el pan de muerto, pues son famosos por ellos, así como el chocolate caliente estilo mexicano (con clavo, canela, naranja y más) para acompañar. Tienen también jugos (zumos) naturales. 

San Ángel Inn: El barrio de San Ángel es, junto con Coyoacán, un barrio que antes era un pueblo en donde la gente rica tenía sus casas de fin de semana. Sus calles empedradas, casonas tradicionales y sus plazas merecen la visita. Además, en la plaza principal hay algunas tiendas de artesanías y los sábados hay un bazar de artistas locales y artesanos. 
¿Qué pedir? Crepas de huitlacoche (el hongo del maíz), crema de chile poblano, alguna carne. Todo es bueno aquí, el precio lo indica pero también lo amerita. Es un lugar muy recurrido para celebraciones.

Para cocina poblana tradicional, Casa Merlos o La Poblanita. Cocina oaxaqueña, Fonda Mayora (es del mismo chef que el Nicos, cocina oaxaqueña puesta al día), Los Danzantes, Yuban o Las Tlayudas. Cocina veracruzana, La Parroquia (para desayunar como en el puerto de Veracruz), La Fonda del Recuerdo o la Fonda del Refugio

Nueva Comida Mexicana 

Pujol (de autor): Aquí lo mejor es pedir el menú degustación del momento. Es el restaurante más conocido de los que ofrecen nueva cocina mexicana (tipo Hoja Santa o Punto MX). Su chef Enrique Olvera es tan conocido que ahora se dedica a ir de congreso en congreso pinchando música (no es broma), presentando libros y, bueno, a veces, cocinando. Es el lugar número cinco, el restaurante mexicano mejor posicionado, de la lista antes mencionada y etiquetada. 

Biko: Fusión vasca/española y mexicana. Aquí hay que pedir el menú degustación o algunas tapas. Es el restaurante 10 en la dichosa lista. El barrio en el que están los dos, Polanco, es el Salamanca o Pedralbes del DF: casonas preciosas con toques churriguerescos que se mezclan con edificios nuevos. Masaryk – la calle en donde está el Biko – es la calle más cara del DF, aquí están las boutiques más «pipirsinais». Yo no les recomiendo mucho ir por aquí porque al final estos barrios son iguales en todo el mundo y mucho de México no encontrarán aquí. Pero bueno, cada quien tiene necesidades distintas cuando viaja a otros países, por eso lo incluyo en esta lista. También en Polanco está el Quintonil, número seis de la lista. Ojo, que el archiconocido en España chef peruano Gastón Acurio, aparece con su restaurante de Lima Astrid y Gastón hasta el número siete de esta lista (en América no hay Guía Michelin, así que el reconocimiento es importante por esos lares; aunque, claro, no deja de ser una lista – como ésta – que sigue ciertos criterios y que no puede abarcarlos todos).

Rosetta: Este lugar, en La Roma, es un restaurante también mexicano-europeo, de una chef que estudió Letras Inglesas. Sí, es curioso, pero eso le da un toque muy poético a su cocina. Es muy reconocido en el DF y el espacio del restaurante es alucinante (una típica casona de La Roma). Si no les da tiempo de comer ahí o no quieren pagar tanto, pero no se quieren quedar sin probar las creaciones de Elena Reygadas, pueden pasarse por alguna de sus panaderías (tiene una en la Juárez – actual rincón «hipster» chilango– y una en la Roma), pues su pan dulce es delicioso.

Azul Histórico: El entorno de este restaurante, en el Centro, es un hostal que antes fue una vecindad (casonas reconvertidas en multifamiliares de pisos diminutos en donde familias extra numerosas viven hacinadas -un clásico chilango – las fabelas en la mitad de la ciudad). El diseño del espacio ha ganado múltiples premios. Es difícil resistirse a compartirlo en Instagram (no dejar de subir a la azotea del ahora hostal de lujo). Los platos del restaurante también tienen un diseño muy cuidado. La comida es buena, un guiño a la cocina de mercado de la ciudad, aunque no es la mejor del DF. Porque no solo de tacos vive el hombre. Tienen varias sucursales, una de ellas en el MUAC, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Mariscos y comida del mar

Mi gusto es: Aquí se come pescado y marisco estilo Sinaloa. Lo mejor, el pulpo zarandeado, los aguachiles y cualquier tostada. También hay ceviches. Todo es bueno, la verdad. El original está en la colonia Narvarte, que es una colonia de clase media típica defeña (Paco Méndez, de Hoja Santa, nació y creció en esa colonia).

Fisher’sLos tacos de camarón, el aguachile, tostadas de marlin al chipotle, cualquier marisco, lomos simon’s. De postre, isla flotante y blintzers Fisher’s. Tienen varias sucursales y también una cosa que llaman Oyster Bar, que significa que entre las 11am y la 1pm sus precios y raciones son reducidas. No es un restaurante barato. Nació como la mayoría de los buenos restaurantes en México, en un puesto pequeño en el que ofrecían producto de primera, en su caso, recién llegado de las costas mexicanas. 

Contramar: Las tostadas de atún de aquí son ultra famosas y muy imitadas, con puerro frito, aguacate y mayonesa de chipotle (en Barcelona son líderes de venta en El Gallito, el Oaxaca, el nuevo Costa Pacífico, el Mextizo -en versión cucurucho- y un largo etcétera). En Contramar las realizan con un producto excepcional y muy buena sazón. Digamos que es la versión pija de Mi Gusto es, porque son también mariscos estilo Sinaloa pero el restaurante es mucho más «fresa» (y caro). El servicio es para quedarse con el ojo cuadrado, los clientes entran y saludan a todos los meseros de beso y abrazo. Yo cuando vi que no eran uno ni dos lo que lo hacían me quedé anonadada y a nosotros también nos trataron como para abrazarlos al despedirnos. El local está en la Roma, al lado de la Plaza de España, en donde hay una réplica de la fuente de las Cibeles, regalo de Madrid al DF. 

Taquerías

Túrix: Aquí se come cochinita pibil en todas sus formas (tortas, tacos, tostadas y panuchos). Una excelente excusa para conocer Polanco.

El Califa: Famoso por sus gaonas con queso, sus frijoles charros y sus cráteres, como su tostada de rajas (excepcional). Tienen varias sucursales y una amplia variedad de cervezas, refrescos y bebidas mexicanas. 

Chico Julio: También conocidos en el mundillo hipster de la Roma como los Tacos de Ojo, porque su dueño trae con queso las quesadillas (trae con qué, pues – es guapo). Para mí, lo mejor son los tacos de pescado empanizado (capeado con cerveza, orégano y mostaza) o de camarón empanizado, estilo La Baja y los aguachiles. Lo mejor, echarle las salsas que tienen ahí para que cada taco sea un nuevo descubrimiento y una creación propia e irrepetible. 

El Charco de las Ranas: La versión «fresa» de los tacos al pastor (cerdo marinado), también recomiendo pedir un alambre de pastor con queso (pastor con cebolla, pimiento y bacon) y su consomé de pollo con garbanzos (de lágrima). Para beber, agua de horchata o cualquier agua fresca. 

img-20160408-wa0000Pato Manila: Tacos de pato en todas sus presentaciones y cervezas mexicanas artesanas. Los taqueros escuchan música de calidad, cuando estuve oían a todo volumen (y cantaban) a Sonia López. Esta mini taquería es la fusión de la fusión, está en La Condesa y a mí me encantó cuando estuve por ahí en abril. 

El Tizoncito: Los creadores del taco al pastor (taco chilango por excelencia). También excepcional su alambre de bistec con queso, la gringa de pastor y sus totopos con frijoles con veneno. Hay varias sucursales, lo mejor es ir al original, en La Condesa (otro barrio muy de moda que aunque ya se ha hecho demasiado comercial, sigue conservando un encanto particular, como Gràcia en Barcelona). 

Don Manolito o Villamelón: En estos locales se piden los tacos campechanos (de cecina de res – carne seca curada con sal-, chicharrón, chorizo y salsa), y para beber, un michelato con Pacífico. Típicos para curarse la resaca. 

Otras taquerías: Tacos Charlie (de suadero), El Vilsito (antes Vipsito), La Michoacana (carnitas), El Borrego Viudo.

Torterías

Torta y jugo de Don Polo, un clásico de la CDMXLa Casa del Pavo: Ojo que este local en la calle Motolinia, en el Centro, tiene muchas imitaciones y, como estuvo cerrado un tiempo por mafias de la delegación, las imitaciones se han hecho de más clientes que el original. Para mi gusto, hay que ir al original (aunque se vea cutre), que tiene más de 100 años que abrió y su reputación y gran servicio le respalda. Sus camareros y cocineros casi parece que abrieron el local, lo cual dice mucho del lugar: hacen las cosas con cariño, desde lo que preparan, hasta como tratan a sus trabajadores. Aquí se debe pedir torta de pavo y consomé de pavo. ¡Delicioso!

Don Polo: Un clásico de la Colonia del Valle, en donde está su casa matriz. Aquí hay que pedir la torta cubana (de su autoría), la de pierna con quesillo o la de milanesa con quesillo. También tienen jugos naturales y licuados.

Otros antojitos o fondas

Pozole, en la Casa de Toño. Tacos dorados, en Tacos Chelo. Sopes, en los Sopes de la 9 o en Sopes Lupita. Flautas, antojitos y pozole, en La Campana. Y un sin fin de lugares. Madre mía, me dio hambre. Las garnachas de delante de la Plaza de Santo Domingo, en el Centro. Chamorro (codillo), mole de olla y mole verde, Los Chamorros. Huevos con frijoles (sencillo con huevo, doble con huevo – antes muerta que sencillo, diría Natalia López, amiga mía y tragona profesional), tortitas de carne, puerco en verde y guisados caseros en general, La Fonda Margarita. Antojitos puestos al día, El Parnita, y su altillo (que funciona más como cantina).

Comida de otras latitudes

Sí, como si no fuera suficiente con lo anterior, en la Ciudad de México la cocina fusión es espectacular. Yo lo atribuyo a que los chilangos le tenemos miedo a pocas cosas (el robachicos es una de ellas – clásica leyenda ochentera de un señor que vendría por ti si te portabas mal). No le tenemos miedo al ridículo y mucho menos a combinar cosas que a primera vista parecen imposibles. Y, a diferencia de los gringos que parece que solo tuvieran un ingrediente (el queso derretido), nosotros utilizamos el sinúmero de ingredientes locales para «pimpear» todo aquel plato extranjero que se atreva a entrar al DF. Un ejemplo claro de ello es que en los restaurantes argentinos o uruguayos te traen tortillas si las pides (para hacerte unos tacos de bife -¡mamita!) o salsa verde para echarle a tus empanadas. En los españoles nos gusta pedir chistorra con queso, para hacernos tacos con tortillas de harina de trigo (a los que también les echamos salsa). Pero para que nadie se sienta ofendido, mejor ir a restaurantes fusión asiáticos, como los sushis o el Sesâmê, de la chef Josefina Santacruz, en La Roma. Otra cosa que sabemos hacer muy bien son las hamburguesas, las costillas, el brisket y cualquier plato gringo (llevamos muchos años comiéndolos y perfeccionándolos), así que no hay que dejar de ir al Pinche Gringo (en la Narvarte) o al Porco Rosso (con varias sucursales), entre otros.

Helados

Las nieves (sorbetes) y los helados en México, tanto o más extensos en sabores que las aguas frescas y los jugos naturales, son un obligatorio. Las nieves están hechas a base de agua y los helados a base de leche, aunque también se les puede llamar helado de agua o de crema. Las heladerías abundan en la ciudad. Podrán ver que La Michoacana está por todos lados pero hay que tener cuidado porque no se trata de una cadena con sucursales, sino de una marca abierta, así que cualquiera puede montar una Michoacana, sin importar la calidad. Lo mejor es seguir los mismos parámetros que en la comida callejera, si está lleno, hay que ir. Nuestras recomendaciones: Frody, con varias sucursales y sabores muy divertidos tanto de helados como de paletas (polos); Siberia, en Coyoacán (un clásico), y los helados de Tlacoquemécatl, famosos porque los hacen con fruta fresca en el pequeñísimo local, a la vista de todos.

¿Qué ver?

img_3029Si se visita el DF se debe recordar que además de ser la catedral de la cocina callejera es también la catedral de los museos, es una de las ciudades con más museos del mundo. Yo, como tiro pa’ mi tema, les recomiendo ir a la Casa Azul, que fuera la casa de Frida Kahlo: el templo de la cultura mexicana de mediados del siglo XX. Y digo templo no porque aquí se rindiera culto a alguna religión en particular; aquí se rendía culto a la vida, al amor, al tequila, a las fiestas, al mariachi, a México, al arte popular y a no quedarse callados. Por aquí pasó todo el mundo que se decía alguien en aquella época, desde André Bretón hasta Trotsky.

Los de Antropología, Tamayo, MUAC, Templo Mayor, San Ildefonso (con murales monumentales de Diego Rivera), el de Arte Popular, el Castillo de Chapultepec, son otros de los más importantes. La visita a las ruinas de Teotihuacán, saliendo por el norte de la ciudad, es también una obligación, para conocer el esplendor de las culturas que reinaban en Mesoamérica antes de que llegaran los españoles.

Si se quiere comprar artesanía, en La Ciudadela (metro Balderas) hay ejemplos de todo el país; así también en el mercado de artesanías de Coyoacán. También se pueden visitar tiendas puntuales, como Fábrica Social, que vende textiles a precios justos para los artesanos. A lo largo y ancho de la ciudad, hay ferias temporales tanto de artesanías como de creadores y diseñadores como Tráfico Bazar, que se pone cada tanto en La Roma.

Creo que la mejor recomendación para aquel que visita la Ciudad de México es que tenga img_2951los sentidos muy abiertos; no solamente los de la vista o los del olfato, todos. Aquí hay mucho que ver, hacer, probar, escuchar, tocar y oler. También hay que tener el sexto sentido muy despierto para comprender las reglas implícitas de cada lugar que se visita, y seguirlas, para no resaltar demasiado y mantenerse a salvo. Esto no es Madrid ni Barcelona, es una de las ciudades más grandes del mundo, con casi ¡25 millones de habitantes! Se dice fácil pero tiene tela, mucha tela. Hay que comportarse a la altura para que la ciudad no nos sobrepase. Si se respetan estas directrices, se disfrutará de la ciudad pero sobre todo de su gente, que es es-pec-ta-cu-lar. Con decirles que extraño más a la gente de México que a la comida. Y eso, créanme, es mucho decir.

¡Buen provecho!

P.D. Esta guía de Eater está en inglés pero es súper completa, por si se quedan con dudas. También pueden escribirme y con gusto les ayudo en lo que haga falta.

 

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Ñam Ñam Barcelona cumple cuatro años

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Hoy, hace cuatro años, después de una noche de desvelo, surgió Ñam Ñam Barcelona. Comenzó como una aventura tuitera que no solamente no se ha detenido, sino que ha crecido y se ha convertido en mucho más. Este blog: www.namnambcn.com. Un instagram www.instagram.com/namnambcn y una página de Facebook.

Pero, sobre todo, una forma de ver la vida, un proyecto profesional, una manera de contar la comida tras unos lentes muy particulares. Muchas gracias por seguirnos, por leernos, por compartirnos y por darle gasolina cada día a este pedacito de la gastronomía, tan nuestro.

¡Vamos por muchos más!

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Ñam Ñam Barcelona, Dónde nacimos

Desde dónde y desde cuándo

Hace ya unos años que las profesiones no pueden describirse con una sola palabra. Publicista, cocinero, consultor, periodista o incluso médico se quedan cortas para describir todo lo que hacemos y en lo que nos hemos especializado (convertido). Son los tiempos que corren, dicen. A mí todavía me cuesta definirme. Soy periodista. Sí, hago entrevistas, manejo mis fuentes (nuevas tecnologías, gastronomía), puedo escribir un artículo sobre un tema del que nunca he oído antes en un santiamén. Sé priorizar la información y realizar reportajes. Puedo usar una cámara, de vídeo y de fotos, editar, hacer podcasts y vídeos. Casi nada.

Por gusto, y circunstancias laborales adversas, sé manejar las redes sociales, crear una marca en línea y dar seguimiento a la reputación online de una empresa o persona. Supongo que es parte de mi vena periodística. Sé dónde buscar y sé conseguir información. Me gusta. Creo que las redes sociales están marcando el paso en el cambio actual, me gusta formar parte de ello, y hablar de ello. He impartido tres seminarios sobre Twitter para periodistas para el Máster de Periodismo BCNY de la Universidad de Barcelona y la Universidad de Columbia.

Y no, no vivo de eso, no me alcanza. Soy una maitre en ciernes. Me gusta mucho la hostelería, soy una perfeccionista y una apasionada del sector. Creo que no hay mejor halago que recibir a gente en casa, lo pase bien y decida volver, e incluso paguen por ello. Amo cocinar, sé el trabajo que hay detrás de un plato en cualquier mesa. Adoro comer bien. Me saca de quicio el mal servicio, el dar las cosas por sentado y que un cliente se vaya insatisfecho por algo que mi equipo pudo hacer mejor.

Creo además que, como me dijo un colega, a los camareros nos deberían de dar una maestría en sociología. Nuestro comportamiento en una mesa dice mucho de nosotros. Me apasiona descubrir los entrecijos de la raza humana a través de cómo satisfacen una de sus necesidades más básicas. Para los observadores, ser camarero puede servir para perder la fe en la humanidad o para recuperarla, según el cristal con que se mire, solo falta enfocar bien. A mí me relaja mucho jugar el juego de adivinar qué tipo de cliente tengo enfrente e imaginar el tipo de atención que necesita. Y dársela. Y acertar. Lo disfruto. Incluso lo echo de menos y lo necesito cuando no lo hago.

Llevo más años trabajando en la hostelería que en el periodismo. ¿Qué me gusta más? Los dos, mejor aún si van juntos. Soy periodista gastronómica. La cocina la aprendí de mi madre. No sé si un pescado está pasado o si una salsa está aguada. Sé si sabe bueno o no. Me gusta disfrutar cuando como y eso pocas veces depende solo de la comida. No descanso nunca, soy muy observadora. Ir a comer fuera para mí es un placer, pero es también un no parar, por eso también me gusta quedarme en casa y cocinar para mis amigos. Soy una esponja que aprende lo bueno y descarta lo malo. No hace falta ser un experto en gastronomía para saber cuándo una experiencia gastronómica fue satisfactoria y cuándo no. Insisto, va mucho más allá de la comida.

Cocinando

Una de las cocinas más agradables en donde me ha tocado cocinar, en la comunidad de Ixtapaluca, Estado de México, para voluntarios de Techo México.

Tengo el privilegio de ser mexicana. A mí nadie me ha contado la experiencia de comer tacos afuera del metro, de probar tlayudas en el mercado o de cocinar junto a las mayoras oaxaqueñas. Me crié por cuatro mujeres espectaculares, tres de ellas de Oaxaca (Mine, Viole y Margot). La cuarta, mi mamá, es una apasionada de la cocina, de hacer fiestas en casa y de comer bien. No hay escuela que pueda enseñar eso.

He trabajado en España como consultora de México en dos ocasiones, una para una empresa noruega, Schibsted (Infojobs, Segundamano), la otra para grupo Sagardi, con motivo de la apertura de su restaurante Oaxaca en Barcelona. Me gusta descifrar a mi país y su cultura al intentar explicarlo. Lo vengo haciendo desde hace tiempo, he trabajo cinco años en diferentes restaurantes mexicanos en Madrid y Barcelona. Me alegra saber que los burritos y los nachos tienen las horas contadas. El mundo no sabe de todo lo que se ha perdido.

Amo la historia y amo México, pues me han hecho quien soy. Sin embargo, creo que el lugar perfecto para vivir es ese en el que decidimos vivir. Sea el que sea. Tengo mucho que contar y no tengo miedo de decir lo que pienso. Creo que mi viaje apenas está empezando, que aún me falta mucho por probar y por escribir. Soy una optimista (quizás un tanto hedonista) pero estamos aquí para disfrutar, ya sea comiendo en El Celler de Can Roca o engullendo un taco de chorizo con nopales en una comunidad paupérrima del Distrito Federal. La vida me ha dado mucho, trabajo cada día por dárselo de vuelta.

A veces me atormenta pensar que el mundo de la gastronomía es muy elitista y no todos pueden acceder a él. Falso. Todos necesitamos comer. La cocina nace de una necesidad básica. Los mejores platos se hicieron con lo que había en la nevera, en la cueva o en la barca. Una buena comida depende muy poco de que esté hecha con ingredientes premium. Mis comidas más memorables tuvieron mucho de insalubres, mucho de amor y pagué por ellas con la misma moneda. Amor por amor. Escribo de comida, eso no significa que reseño estrellas Michelin. Lo más estrellado que he reseñado fueron los huevos rancheros que me desayuné esta mañana.

Escribir sobre comida es escribir sobre las personas, las que la crearon y las que se la comieron.

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Ñam Ñam Barcelona, Dónde nacimos

Un dos tres, probando, probando

La curiosidad por la comida nació de la necesidad. Digamos que la necesidad, para mí, fue un primer escalón hacia la apertura gustativa. Ya hemos hablado de la pérdida de tiempo que me parecía sentarme a la mesa. Se trataba de una necesidad que podía (y debía) tramitarse rápido y perdiendo la menor cantidad posible de tiempo, para poder volver cuanto antes a otras actividades que merecían mucho más la pena: jugar quemados, dibujar, bailar Baltimora por toda la sala.

Hay invitaciones que no se deben nunca de rechazar. Pasar la Navidad en casa de una familia vasca es una de las mejores experiencias que uno puede vivir: gastronómica y humana. Este, el cierre de mi segunda Navidad en Irun. Alfredo Oronoz es uno de los mejores cocineros que conozco. Eskerrik asko!

Hay invitaciones que no se deben nunca de rechazar. Pasar la Navidad en casa de una familia vasca es una de las mejores experiencias que uno puede vivir: gastronómica y humana. Este, el cierre de mi segunda Navidad en Irun. Alfredo Oronoz es uno de los mejores cocineros que conozco. Eskerrik asko!

Esa misma necesidad de recargar energías que me sujetaba a la mesa cuando niña (en muchos casos representada sobre todo en la mirada inquisidora de mi padre), me hizo buscar asilo en casas de amigos de amigos en mi primer viaje a Europa. Cuando se llevan varios días comiendo hamburguesas de un euro y bocadillos de aire, cualquier persona con tres dedos de frente agradece un buen plato caliente. Y por más que fuera solo un trámite, no dije nunca que no a invitaciones a casas o restaurantes. Pero claro, la caridad tiene un precio. Y ese precio se paga. En el lenguaje de los hambrientos y los proveedores de víveres, ese precio se traduce básicamente en comerse todo lo que te pongan en el plato. Yo te alimento, peeeeeerooooo, tienes que dejar la vajilla impoluta.

El hambre es canija y puede hacer que hasta el más remilgoso pruebe algo que siempre ha rechazado. El que invita, seguramente movido por la necesidad de que el turista (el hambriento) se lleve una buena impresión de su casa, ciudad o país, hará maravillas. Maravillas que la mayoría de las veces, en cualquier otra circunstancia, el hambriento habría rechazado sin chistar. No esta vez. Pato, ostras, bacalao, callos, erizos de mar, jabalí, corazón de ternera, rabo de toro, canguro, cocodrilo e incluso grillos (saltamontes), lo que haga falta para saciar el hambre.

Y mientras más pruebas, más crece la curiosidad. Y más te pide el paladar. Navajas, berberechos, codillo, anguila. ¡Ñam ñam! ¿Algún truco? Dejarse llevar, cerrar los ojos, quitarse las ideas preconcebidas de la cabeza y lanzarse al ruedo como gorda en tobogán. ¡Saborear!

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De la cocina a la hoja

Alguien que se jacte de escribir sobre cocina debe tener, sobre todo, aunque sin que sea algo exclusivo, curiosidad. El que siempre pide patatas con pollo a la plancha o quien está continuamente en un régimen estricto que le impide probar cosas nuevas, tendrá que verse excluido de la posibilidad de escribir sobre gastronomía. Sorry, next time!

A menos, claro, que a alguno de ustedes les interese leer textos incontables acerca de la manera correcta en que las papas se deben lavar, pelar, cortar, freír, servir, salar… Luego, claro, cabría también la posibilidad de leer sobre lo tierna que debe ser una pechuga (de pollo…), los tipos de ave, colores, sabores, que si al carbón, que si a la plancha o cocida, que si la alimentación del pollo y sus respectivos etcéteras. Es decir, leer sobre toda esa infinidad que un único plato nos permita alcanzar.

Sí, el pollo de las mesas barcelonesas es la burrata. No hay carta en donde no la encontremos. El reto es servir una burrata que no solo sea buena, sino que sea original. ¿Difícil? Lolita Tapería lo logra.

Sí, el pollo de las mesas barcelonesas es la burrata. No hay carta en donde no la encontremos. El reto es servir una burrata que no solo sea buena, sino que sea original. ¿Difícil? Lolita Tapería lo logra.

¿Aburrido? Quizás no, puede ser que la persona, a pesar de lo poco imaginativa a nivel gustativo, sea una eminencia con la pluma, tenga un humor que sorprenda y nos saque incluso algunas carcajadas hablando de alitas de pollo (tendría que ser sobre alitas, siempre dan un juego especial a la hora de narrar sobre ellas…). Sin embargo, hay que ser honestos, la riqueza del lenguaje, se enriquecerá también con la riqueza de los ingredientes, platos, técnicas, historias detrás, y demás. Crecerá la prosa gracias a esa alegre variedad que acompaña, por defecto (o no), a la curiosidad.

Con los años, la curiosidad se retroalimenta y exige nuevos y mejores sabores, nuevas sensaciones que le ganen a la anterior. Nuevas historias que contar para ampliar el repertorio. Si siempre decidimos qué comeremos al mirar la carta de un restaurante, siempre terminaremos pidiendo lo mismo, lo conocido, el terreno dominado. No está mal ser catador de clásicos: hamburguesas, arroces con leche, ensaladillas rusas, pero por qué limitarse cuando hay tanta diversidad y tantísimo de lo que escribir allá afuera.

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Introducción a la cocina

¿Por qué comida? No lo sé, cuando era niña no me gustaba sentarme a la mesa. Me parecía una pérdida de tiempo. Sentía que gastábamos en la mesa tiempo valioso que podríamos estar gastando en otras cosas más importantes. Curioso porque a veces pienso, ¿qué era lo que me parecía más importante en aquel momento? Cantar, bailar, leer, no estar en la mesa. Podía quedarme horas en la mesa, sin comer, pero siempre encontraba alguna excusa para levantarme. No me gustaba comer. Odiaba casi todos los platos. Hubo un tiempo, incluso, en que me dio porque no me gustara el arroz.

Blue Pizza

El placer de sentarse ahora a la mesa es, por demás, infinito. Depende la mesa, claro. Ésta, es una de esas: Blue Pizza, Barcelona.

Y sin embargo, siempre me gustó cocinar. Desde pequeño uno empieza con algunos platos sencillos. Huevos revueltos con jamón: fácil. Sándwiches: fácil; para ir cada vez explorando nuevos horizontes. Pasta, primero planeada, luego “con lo que haya”. Los primeros retos. Hay que armar algo decente con lo que se encuentra uno en el refrigerador. Habrá días de suerte, que lo que hay está ahí justamente para que armes ese plato que ya te sabes de memoria. Habría días de mala suerte: una lata de atún y una guindilla. Beat that!

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